sábado, 30 de junio de 2012

"El Jazz, Ritmos, técnica, improvisación" 1998


EL ORIGEN DE UN NOMBRE 
Aunque los expertos en jazz han abandonado gradualmente todas las 
teorías acerca del momento exacto y el lugar en que surgió, dichas teorías 
no carecen de encanto. Una de ellas asegura que el jazz se inventó el 17 
de noviembre de 1887, a la una de la madrugada, en una marisquería de 
Nueva Orleans popularmente conocida como «Loopy's Place». Bajo 
los efectos de un whisky de fabricación casera, un ayudante de 
barbero de unos cuarenta años, Thennidus Brown, a quien sus 
amigos y admiradores llamaban «Jazz-bo» por su elegante forma de 
vestir -el bo equivaldría al beau francés-, tomó una corneta 
increíblemente baqueteada, que había animado los fragores de la 
Guerra de Secesión, y empezó a juguetear con una melodía y a 
romper el ritmo de las frases musicales. 
Más tarde, los estudiosos llamarían sincopación a aquellos jugueteos, 
pero Brown sólo intentaba recuperar los ritmos del banjo que de joven 
había escuchado en la plantación donde trabajaba como esclavo. 
La extraña calidad de aquella música excitó mucho a los presentes, que 
salieron de la marisquería y llamaron a cuantos pasaban por la calle. La voz 
se fue corriendo. De todas partes llegó gente para asistir al nacimiento del 
género, y ante la relativa estrechez del local Brown tuvo también que salir a 
tocar bajo las estrellas. Fue su noche de mayor gloria. 
Aquellos seductores sonidos no tardaron en ser copiados por los 
músicos de las orquestas de baile locales y por los que actuaban en los 
barcos de vapor que surcaban el Mississipi. Algunos, como un tal 
Charles «Buddy» Bolden, que alardeaba de que su trompeta podía 
oírse a veinte kilómetros de distancia, se atribuyeron la invención. 
Brown se ahogó cierta noche de 1894, al caer de un barco fluvial. 
Había estado bebiendo varios días seguidos, abrumado porque sentía 
que le habían arrebatado la fama y porque creía haber perdido la 
inspiración de aquella madrugada de siete años antes. 
En Ismos (1931), libro también un tanto sincopado, Ramón Gómez de la 
Serna da su propia versión de la hazaña de Thermidus Brown. 

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