Apenas cabía por el conducto y tuve que plegar los brazos hacia
atrás para arrastrarme como un gusano; mejor dicho: ya era un
maldito gusano ... Un movimiento de hombros era todo lo que
podía hacer para seguir avanzando. Me empujaba con las puntas
de los dedos de mis pies y me sentí como si estuviese saliendo del
vientre de mi madre. La placenta era toda aquella mugre gelatino-
sa y viscosa que se adhería a mí en aquel lento avance. La «vagina»
iba estrechándose y si conseguía salir sería a través de un reducido
agujero. La oscuridad era total, pero mi mermada visión me tenía
acostumbrado a cualquier negrura. Tuve suerte. Escupiendo barro
y excrementos, encontré una estrechísima tragadera de alcanta-
rillado sin rejas, por la que pude emerger; asomando primero la
cabeza y forcejeando cerca de una hora hasta que pude sacar los
brazos, que me impulsaron finalmente fuera de allí
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