Don Augusto, el presidente de la Cofradía
del Luto Riguroso, avanzó hacia «El Chepa»
rascándose la ceja sin descanso.
-Vamos, vamos ... Usted venga conmigo
que le diré lo que tiene que hacer ...
-Sí, señor -asintió « El Chepa» servilmente
caminando tras él hasta un rincón del
vestíbulo en que se veía apoyada una cruz de
madera negra de casi dos metros de alto-.
¿Esta es la cruz?
-Sí, claro...¿Qué?. ¿Le gusta?.
-Es muy grande... -«El Chepa» se
volvió hacia el director de la cárcel-. Don
Ernesto, a mí no me habían dicho que fuera
tan grande ...
Don Ernesto se encogió de hombros con
un gesto que quería decir: «¿Y usted que
quiere que yo le haga, hijo mío?>
¿Cómo muy grande? ¿Cómo muy grande?
Mayor era la que llevó el Redentor ...
-Sí -gruñó «El Chepa»-, y la' del
Valle de los Caídos ..."
-¡Cállese, descarado!. ¿No ve que no pesa
nada? Mire, mire .. , -dijo don Augusto
intentando levantar la gruesa cruz con una
mano y teniendo que emplear las dos para
evitar que se derrumbase con estrépito-.
Bueno... -' concedió mientras don Ernesto le
ayudaba a apoyarla en la pared-, yo es que
estoy desentrenado y además se me resbaló
de la mano, pero para usted esto... ¡Hale,
hale, carguera y venga conmigo!.
«El Chepa» empezaba a arrepentirse de
haber accedido tan fácilmente. Bien mirado,
por cuatro días no merecía la pena' todo ese
jaleo. Pero ahora ya estaba vestido, y no le
parecía bien , volverse atrás. Al fin y al cabo
ellos le hacían 'Un favor ... Cargó la cruz como
pudo y traspuso el portalón que daba al patio.
Allí, don Augusto hablaba febrilmente con
los músicos mientras un murmullo de oraciones
invadía el recinto.
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