ELLA.-Nada más, así de sencíllo. Somos muy
viejos y tú estás en este... sanatorio,
donde te cuidan mejor que yo.
EL.-Sí, somos viejos y tú mantienes tus viejas
fantasías: crees que soy yo el que
está encerrado. Es mejor así. Me alegro
que lo creas. (Casi para sí.) Sería más
cruel que te dieras cuenta de tu reclusión.
Suena un timbre fuera del escenario.
ELLA.-Es el final del paseo por el patio.
Pronto darán la merienda.
EL.-¿Cómo lo sabes, si tú sólo vienes a
visitarme?
ELLA.-(Suavemente.) Tú me lo contaste,
¿cómo lo iba a saber si no?
Ni siquiera conozco el patio.
EL.-E1isa, ¿no tendremos las mismas
conversaciones todos los sábados y luego
las olvidaremos, verdad?.. seria terrible
que nos repitiéramos sin saberlo.
ELLA.-(Animándose.) No, el sábado pasado me
contaste que habías soñado conmigo.
EL.-Sí, es verdad. Eramos niños. Estábamos
desnudos en la vieja bañera de mi madre
y nos mirábamos el sexo.
ELLA.-(Inquieta.) ¿Tú crees que está permiti-
do soñar cosas así?
EL.-¿Permitido por quién?
ELLA.-Aquí debe haber reglamentos.
EL.-Siempre hay reglamentos, claro, pero
los sueños son inocentes, no se pueden evitar.
ELLA.-No los comentes con nadie.
EL.-¿Por qué?
ELLA.-No sé. A ve-ces pienso que no estás en-
fermo, sino castigado.
EL.-¿Preso?
ELLA.~Aislado por algo que has hecho.
EL.-Que hemos hecho, Elisa. Es tan fácil
sentirse culpable. Confesaríamos cualquier cosa.
ELLA.-No hacen nunca preguntas, pero,
de alguna manera, acusan.
EL.-T.ata de no pensar en eso.
ELLA.-(Cambiando el tema.) Mira, te traje
nueces. Sé que te gusta jugar con ellas
antes de casearlas.
EL.-Gracias. Yo te traje caramelos.
ELLA.-¿De anís?
EL.-Sí, de anís.
ELLA.-Gracias, querido, no te olvidas de nada.
EL.-Cada día me olvido de más cosas.
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