A LA HORA DEL CREPÚSCULO
A la hora del crepúsculo ven a hacia la ventana y reclínate sobre mí,
rodea amorosamente mi cuello, pon tu cabeza sobre la mía,
y así, a mi vera, permaneceré.
Dulcemente abrazados, en silencio, hacia la maravillosa luz,
levantaremos nuestros ojos;
y soltaremos libremente a la faz de los cielos luminosos
todas la ansias de nuestro corazón.
Se remontarán hacia lo alto, con presto volar, como palomas;
en la lejanía, como perdiéndose, se celarán,
y hacia las colinas de púrpura, las islas por la luz doradas,
con vuelo remansado bajarán.
Ellas son las islas remotas, los mundos superiores,
que en nuestros sueños contemplamos,
las cuales nos convirtieron en peregrinos sobre todos los cielos
e hicieron de nuestra vida un infierno.
Ellas son las islas de oro, por las cuales ansiamos como por la tierra patria,
por la que todas las estrellas de la noche me envían sus guiños
con un rayo de luz parpadeante.
Por ella hemos quedado como tallos en tierra árida,
sin amigos ni compañía;
como dos errantes, en perenne errabundez,
sobre la faz de una tierra extraña.
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