Dino saca pecho y describe con sospechosa abundancia de detalles su viaje continental. Cuenta a quien quiera oírlo que probó fortuna como granjero, como leñador, como minero. Asegura que acompañó a un grupo de gitanos desde Basilea hasta París, con sus coloridos carromatos de feriantes, con sus alegres noches junto a la hoguera. Como si hubiera pasado semanas en su compañía, Dino habla y habla sobre su amigo Regolo, el vendedor ambulante, al que sus horrorizados padres otorgan de inmediato el perfil del vagabundo arquetípico, tal y como podría aparecer descrito en una novela de Salgari o dibujado por un humorista en el periodico dominical, con su hatillo, sus zapatos rotos, su cinturón de cuerda,...
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