Por el río bajó el caballo blanco hasta el mar con la noticia:
que las palabras se vendían. Y allí, en el Delta,
vio el gran sueño: Ay, Dios, qué que pena de caballo hay
en el aire cuando llueve sobre la espuma quieta,
loca, de nadie.
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Moriré en París, como César, una tarde de frío y aguacero.
Se lo dije a la sombra, antes de que se fuera:
Habrá un muerto que no saldrá en los periódicos.
Y sonrió con labios de fantasma y risa hueca.
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