Nos descubriremos mezquinos,
ignorantes,
asesinos,
traidores.
En definitiva:
hombres.
Hombres apurados
las últimas bocanadas
de monóxido de carbono
entre el batir de alas.
Hombres libres
con la vergüenza
de sabernos culpables.
Culpables del acto y la palabra,
de la puñalada y la sutura,
del germinar y el abandono.
Pero no hay quien nos ajusticie.
No existe quien accione
el mecanismo de la silla eléctrica
ni quien nos conduzca al paredón:
todos huyen, despavoridos.
Esos que ven tan limpias
sus manos manchadas,
esos que alquilan su voz
cercenando gargantas
esos solidarios de pastel
que solo sienten tedio;
esta es su estafa
y su condena,
el color con el que falsean
su mirada.
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