Desde la copa del árbol al que se había encaramado,
advirtió primero la columna de humo que ascendía,
lejana, desde su aldea ardiendo. Ya no quería mirar. Estaba
atenta sólo a los rumores del chaparral. Esperaba
ansiosamente detectar algún sonido familiar que, confundido
con el canto de las aves o el ulular de las alimañas,
le dijera que quedaba alguno de los suyos.
Dispersos en el chaparral, el puñado de sobrevivientes
se fue reagrupando a lo largo del día.
Nada se dijeron cuando se reencontraron. El silencio
era el duelo. Había cuatro mujeres Y una muchacha, dos
hombres, un anciano y el niño.
Estaban inquietos por si aún permanecía emboscado
alguno más. A intervalos se escuchaba la llamada del
vigía, que se confundía con los rumores del bosque,
crecientes a medida que el atardecer avanzaba.
Pronto caería el crepúsculo; no podían esperar ...
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