¡Cuantas veces, sentado solo y sentado solo en uno de los bancos verdes de aquella plazuela, vi el incendio del ocaso sobre un tejado y alguna vez destacarse sobre el oro en fuego del esplendido arrebol el contorno de un gato negro sobre el contorno de una casa! Y en tanto, en otoño, llovían hojas amarillas, anchas hojas como de vid, a modo de manos momificadas, laminadas, sobre los jardincillos del centro con sus arriates y sus macetas de flores. Y jugando los niños entre las hojas secas, jugando acaso a cogerlas, sin darse cuenta del encendido ocaso.
miércoles, 10 de marzo de 2010
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