Y Julia volvió a sus congojas, y el conde de Bordaviella a sus visitas, aunque con más cautela. Y ya fue ella, Julia, la que, exasperada, empezó a prestar oídos a las venenosas insinuaciones del amigo, pero sobre todo a hacer ostentación de la amistad ante su marido, que alguna vez se limitaba a decir:
«Habrá que volver al campo y someterte a tratamiento.»
Un día en el colmo de la exasperación, asaltó Julia a su marido, diciéndole :
¡ Tú no eres un hombre, Alejandro, no, no eres un hombre!
¿Quién, yo? ¿ Y por qué?
¡ No, no eres un hombre, no lo eres!
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