Aquel baile en los jardines, donde danzaban, los clarines y los
violines comenzaban con el vals del Emperador. Josefina y yo
abrimos la danza con paso corto pero firme, su mano descansaba
sobre la mía y yo la sostenía en la sombra de su cimbreo y sus
miradas furtivas a los jóvenes; dio un giro sobre sí y se centró en el
cambio con el joven sargento Michel D'Antón quien se sonrojó al
ver de cerca el rostro de la Emperatriz de Francia. Aceleré el paso de
la danza y di un traspiés tropezando con el cuerpo de Marie Signé,
la condesa de las Casas ,quien se distorsionó un pie y gritaba como
una condenada. La duquesa de Abrantes, se acercó indignada a
levantarla y me miró con cara de furia. Pensó que lo había hecho
adrede. Al día siguiente los comentarios en París fueron variopintos,
la lengua viperina de Laura Permond, trascendió y en los centros
de lectura y los periódicos se hacían eco de les folies de la Corte y
la mala pata de su Emperador.
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