Al volver la cabeza, Don Quijote dio cómo se perdía, tras la linea del horizonte y en medio del fragor de la combate, el país donde nunca más había de volver. Mortalmente herido por un mes de julio que se había abierto paso a zarpazos, a Don Quijote ya no le quedaba sino buscar un lugar lo suficientemente anónimo como para albergar su desazón. Comenzó entonces una trashumancia confusa y sin rumbo, en la que la nostalgia y la pesadumbre le tuvieron consumido y derrotado como nunca antes recordaba haber estado.
Atravesó Europa como una sombra barrida por el viento, buscando un trozo de mundo que no le fuera doloroso y ajeno. En febriles jornadas fatigó Asia, Africa y America; dobló el Cabo de Hornos y el de Buena Esperanza; siguió las huellas de Colón, de Cook, de Elcano, de Urdaneta, del Spirit of Saint Louis, del Beagle y del Plus Ultra; buscó Eldorado, la Atlántida, la tierra de las amazonas, al Preste Juan de las Indias, el oro de California y de Australia y la Piedra Filosofal.
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